El examen último se centra en el amor, en la concreción de la vida, a partir de sus gestos más simples y cotidianos: tuve hambre, tuve sed…No gestos heroicos, por lo tanto, no gestos ajenos a la vida cotidiana, y ni siquiera gestos llamativos. Pero lo hermoso que se desprende del Evangelio en la solemnidad de Cristo Rey del Universo, es que Jesús no es solo el Dios con nosotros hasta el fin del mundo, sino que viene a ser el Dios en nosotros, comenzando por los pequeños: viene a identificarse con los necesitados, con cada pequeño en el Evangelio, con cada perseguido (cf. Hch 9,4: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?»). Todo gesto de amor, por tanto, es un gesto hecho “con Jesús”, porque está en su compañía; “como Jesús”, porque lo aprendimos del Evangelio; pero también “a Jesús”, porque cada vez que se hacía un gesto de amor, se hacía “a Él“.
Las misioneras claretianas y cuantos caminamos juntos renovamos nuestro compromiso a acercar los gestos y las palabras de Jesús a cuantos viven en las periferias existenciales.