Santísima Trinidad: Misterio de Amor y Humanidad

15 junio 2025

San Juan Pablo II enseñó que Dios, en su misterio más profundo, no es soledad, sino comunión de amor: Padre, Hijo y Espíritu Santo, una familia divina perfecta, unida por un amor infinito. A diferencia de la familia humana, limitada y finita, la Trinidad es el modelo eterno de unidad y amor.

El Padre es eternamente Padre, el Hijo es de la misma esencia, no creado sino engendrado, y el Espíritu Santo es el amor mutuo entre ambos. Jesús nos revela esta verdad al decir: “Todo lo que tiene el Padre es mío” (Jn 16,15a) y el Credo lo confirma: Creemos en un solo Señor, Jesucristo, el único Hijo de Dios, eternamente engendrado del Padre, Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no hecho, de un solo Ser con el Padre.

Podemos ver el gran amor y el plan divino de Dios para nosotros cuando creó a Adán y Eva. Entonces dijo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza” (Gn 1,26-27). Este pasaje revela quién es Dios. Su intención al crearnos es que podamos reflejar lo que Él es. Este es el panorama más amplio de su plan para la humanidad.

Nuestra capacidad humana no puede comprender plenamente los misterios de Dios. Jesús mismo lo recordó a sus discípulos: “Tengo mucho más que decirles, pero ahora no lo pueden soportar” (Jn 16,12). Estamos llamados a aceptar con humildad que no podemos abarcar toda la verdad divina de una sola vez.

Una antigua y hermosa historia ilustra bien esta verdad. Un niño pequeño jugaba en la orilla del mar, cavando un agujero en la arena e intentando vaciar el océano en él con una concha marina. Un hombre que lo observaba se acercó y le preguntó: “¿Qué estás haciendo?”, “Estoy tratando de meter todo el océano en este agujero”, respondió el niño. El hombre sonrió y le dijo: “Eso es imposible. El océano es demasiado grande para un hoyo tan pequeño”. El niño lo miró fijamente y dijo: “Así es el misterio de Dios: demasiado grande para que tu mente lo entienda completamente”. Y en ese instante, el niño desapareció. Aquel hombre era san Agustín.

Nuestra comprensión humana de Dios es limitada, pero la fe y la confianza nos permiten acercarnos cada vez más a su misterio. Jesús nos lo prometió: “Pero cuando él venga, el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad. No hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga y os anunciará las cosas que han de venir” (Jn 16,13).

En estos días se está distribuyendo el texto María Antonia París amiga y compañera de camino.