Sonreír Siempre son las dos palabras que resumen su vida. Un camino que sólo el amor pudo realizar en esta joven Misionera Claretiana, que avanzó a pasos agigantados por las sendas de la santidad, caminando en alegría, generosidad, virtud y entrega total a Dios y al prójimo.
María del Carmen Albarracín nació el 1º de mayo de 1927 en Puerto de Mazarrón, Murcia, España. Era la sexta hija de entre nueve hermanos. Su madre, mujer de grandes cualidades humanas y espirituales, inculcó a sus hijos una profunda vivencia de fe. Su padre, hombre recto y trabajador les transmitió su connatural generosidad con los necesitados.
Era una niña vivaz, simpática, inteligente, laboriosa que destacó por su precoz madurez psicológica. Su infancia estuvo marcada por la triste experiencia de la guerra civil española. La familia se vio envuelta en los peligros, sufrimientos, hambre, causados por la Revolución, pero a la vez, en ese tiempo se fortaleció la piedad y la unidad familiar.
Pasada la guerra Mari-Carmen insistió en hacer su Primera Comunión. Su familia no contaba con recursos para un traje nuevo, a lo que respondió: “¡No importa, mamá, me pondré el mejor vestido que tenga! No puedo esperar más tiempo. ¡Deseo recibir a Jesús!”
En marzo de 1941 muere su padre. María del Carmen tiene cerca de 14 años. Este acontecimiento doloroso es decisivo en su vida, en su vocación y en la determinación de entregarse toda a Dios.
Lee la vida de Santa Teresita del Niño Jesús, dejando una profunda huella en su corazón. Se propone imitarla en su programa de infancia espiritual, es decir de hacernos niños para entrar en el Reino de Dios.
Su vida juvenil transcurre entre la parroquia y el hospital donde acude con frecuencia a dar consuelo a los enfermos. Ingresa en el grupo de Hijas de María, en su parroquia. Allí despliega una intensa actividad apostólica y formativa. En las largas horas de oración se afianzan sus deseos ardientes por salvar almas. Ofrece sacrificios por las conversión de los pecadores. Va conociendo experiencialmente a Cristo, camino, verdad y vida: “Hace seis meses, poco más o menos, te encontré a Ti, te vi y te escuché claramente, sin el velo del mundo que antes me envolvía…” escribe en una oración a Jesús.
Los padres Claretianos de Cartagena realizan en octubre de 1941 una misión en su pueblo y desde ese momento experimenta una profunda conversión al Señor, deseando unir su voluntad a la de Dios. Va descubriendo su vocación a la vida religiosa y sus hondos deseos de ser santa: “No es deseo de ser buena, ni aún dejar de ser mala, no, mis deseos se elevan más: quiero ser santa, quiero alcanzar una gran perfección, y por si eso fuera poco, me viene enseguida a la imaginación la idea de que para ninguna otra cosa quisiste que yo viniera al mundo” (Oración a Jesús, mayo 1942).
A los 15 años entra a formar parte de una asociación juvenil organizada por los padres Claretianos: la Juventud Cordimariana. Allí, comparte sus cualidades, fe, alegría y amistad. En este ambiente comienza a discernir, con la ayuda de un padre claretiano, la respuesta a la llamada a la vida religiosa. Se siente atraída por el carisma de París y Claret. Quiere seguir el estilo de estos dos grandes apóstoles que dejaron huellas en la evangelización de la Iglesia del Siglo XIX y se entregaron sin reservas a la renovación de la Iglesia de su tiempo.
Escribe a las Misioneras Claretianas de Barcelona (casa Noviciado) manifestando sus deseos de consagrarse a Dios y pidiendo ser admitida en el Instituto. “Señor, quiero ser toda tuya, para servir a mis hermanos como Misionera. No me niegues esta gracia. Es lo único que anhelo en mi juventud”, escribe mientras espera la respuesta de su admisión.
Llegada la ansiada respuesta se despide de familiares y amigos y dos días antes de partir escribe en su diario: “Llamaste a mi puerta y te abrí, ¡oh, Jesús mío! ¡Qué contenta estoy porque no te hice esperar!
El 27 de setiembre de 1943 inicia el postulantado; el 18 de marzo de 1943 el noviciado. A partir de este momento su nombre será Teresita de Santiago Menor.
Muy pronto la enfermedad golpea a sus puertas, minando poco a poco su existencia. En los ejercicios espirituales que hace como preparación a la primera profesión escribe: “Cuando tenga tristeza procuraré sonreír, para que nadie sino sólo Jesús sepa la causa de mi dolor”. Su sonrisa es expresión de su amor y prueba de su gran equilibrio psíquico.
El 10 de abril de 1944 realiza la primera profesión. Desde entonces, con mayor razón, se siente toda de Dios y para su gloria. Por entonces, le confían una clase de pre-escolar. Se dedica a su misión con responsabilidad, paciencia y dulzura, educando con acierto, enseñando como testigo de fe y amor a Jesús.
La enfermedad ha seguido su curso. El dolor no puede ocultarse. Nada hay que hacer para remediarla. En esa situación es para médicos, enfermeras y hermanas un ángel de paz. Sonríe y suspira por el encuentro definitivo con Cristo, cuando Dios lo disponga.
El 12 de marzo pide renovar su profesión y le es concedido profesar perpetuamente (en artículo mortis). Ese mismo día partió al encuentro con el Padre, sonriendo. Ha dejado el recuerdo de una entrega sin condiciones al querer de Dios, como los Fundadores, siguiendo fielmente las pisadas de Cristo, nuestro bien.
El 1 de Julio de 2010 el Papa Benedicto XVI autorizó la Promulgación del Decreto de las Virtudes Heroicas de la Venerable Teresita Albarracín.
Ella es para los jóvenes de todos los tiempos ejemplo de sencillez evangélica, de anuncio misionero de la Palabra allí donde se encuentre y de amor a Jesús por encima de todo, incluso del dolor y la muerte. Fue testigo del amor en la entrega silenciosa de lo cotidiano, con la profunda alegría que da el saberse toda de Dios y para Dios y el prójimo.